jueves, 20 de noviembre de 2014

Alonso Enríquez Pérez. Semiótica de las pasiones en Otelo (celos)

Semiótica de los celos en Otelo: el moro de Venecia
Universidad Autónoma de Zacatecas
Alonso Enríquez Pérez

Greimas y Fontanille explican que “el primer objetivo de un estudio consagrado a los celos era el de disponer […] de una pasión intersubjetiva que contuviera, por lo menos, tres actores: el celoso, el objeto y el rival.”[1] El objeto de análisis en cuestión serán Otelo, Desdémona y Casio. Los celos funcionan como un sufrimiento o un temor desde la perspectiva del celoso. Esto, partiendo de La primera configuración genérica: la rivalidad.
Yago. –Señor, ¡cuidado con los celos!
El monstruo de ojos verdes que se burla
del alma en que se ceba. Es venturoso
el engañado que su oprobio sabe,
y odia a la engañadora, pero, en cambio
¡qué ratos tan amargos pasa el pobre
que adora y duda, que recela y quiere![2]

Si la unión del rival con el objeto de deseo es imaginada pero no confirmada, la relación de rivalidad –S1/S2– pasa a primer plano y suscita el temor, evitando cualquier contacto entre él y el objeto. En cambio, si el suceso es confirmado la relación de apego pasa a primer plano –S1/O,S3–, y volviéndose hacia el objeto y preguntándose a quién ama verdaderamente.
Las palabras de Yago funcionan como un instrumento de tortura, no pretende ser fulminante. Tenemos ante nosotros a un ruin espectador, una especie de voyerista cuya intención no es sólo destruir a Otelo, sino provocar y presenciar su agonía, “turbar su quietud y su reposo hasta volverlo loco”[3]. Asemejándose a los poetas griegos, construye su propia tragedia y manipula a los personajes a su antojo; tal es su conocimiento de las pasiones que transforma a Otelo en un monstruo celoso basándose únicamente en retóricas falacias.
YAGO. -¡Ay! eso no me agrada.
OTELO. -¿Qué murmuras?
YAGO. –Nada señor; o si… No sé qué dije.
OTELO. –Pues ¿no era Casio el que dejó a mi esposa?

Los celos se ubican en la configuración del apego y la rivalidad, que corresponden respectivamente a la relación entre el celoso y su objeto –S1Otelo/ODesdémona,S3Casio– y la relación entre el celoso y su rival –S1Otelo/S2Casio–. Dentro de las definiciones de celos se hace presente un “antisujeto” que amenaza con hacer estragos (o que ya los ha hecho). En el caso de la tragedia de Otelo todo se mantiene en su imaginación, pues es Yago quien se encarga de pintar esos ficticios escenarios en su mente. Sin embargo, es a tal grado que para él (Otelo) ya han sucedido, están sucediendo y seguirán sucediendo (hasta el desenlace). Yago funciona a suerte de conciencia de Otelo, como una voz bribona que le conduce hasta la más extrema locura, volviéndolo incapaz de ver con claridad, aconsejándole que cometa las más atroces acciones:
Yago. ¡Oh pérfida mujer!
Otelo. ¡Y con mi teniente! [Casio]
Yago. Peor todavía
Otelo. Procúrame un veneno, Yago. No le pediré explicaciones por temor a que me desarme con su bella y sus hechizos.
Yago. No la envenenes. Estrangúlala en su lecho, en ese mismo lecho que ha mancillado.

Rivalidad y Emulación
La “rivalidad” sería, según el diccionario de Petit Robert, la “situación de dos personas o más que se disputan algo”, un antagonismo en que se compite por el mismo objetivo. En este caso, el objeto termina siendo una especie de lugar vacío, cuya única función es la interacción entre los rivales. La “emulación” aporta a la rivalidad una nueva especificación, se focaliza en la comparación entre S1 y S2. Definida como un sentimiento que “lleva a…” es la primera figura que accede al rango de pasión.
           
Del recelo a los celos
El “recelo” es un “sentimiento de desconfianza”, un “temor a ser eclipsado, hundido en la penumbra por alguien”. Sobre la emulación, al parecer, el recelo invierte la estructura: en lugar de rebasar o eclipsar a otro, el sujeto teme lo contrario.
[…] Acallarán sus quejas los servicios/ que he prestado al Senado. A nadie dije/ (y lo de he promulgar en cuanto sepa/ que sea honrosa la alabanza propia)/ que derivo mi ser y  mi existencia de hombres de regia estirpe; mi destino/ es acreedor a una tan alta suerte/ como ésta que hoy alcanzo. Créeme, Yago,/ si a la gentil Desdémona no amara,/ mi libre condición independiente/ por esta sujeción no trocaría/ por todo el oro que la mar esconde.
Detrás de ese discurso se esconde cierto grado de inseguridad, pues como dice Yago al principio, [Otelo] prefirió elegir a un “valiente aritmético, mozo mujeriego y adamado” como general, que también le facilitó cortejar a su amada. Puede pensarse como una elección inteligente que le ayudaría a prevenir futuros problemas, pues Casio goza de prestigio en Venecia, un hombre de sociedad como él facilitaría ser bien visto ante las miradas inquisitivas de los demás. Sin embargo, la estima que se le tenía termina transformándose en dudas e inseguridades, en una especie de odio.

El celoso en el espectáculo
El celoso sufre “por ver gozar” o “teme perder”; en un caso S2 es focalizado, en el otro es O,S3; pero la particularidad radica en apuntar siempre hacia la relación S2/O,S3 poniendo en un primer plano a un actante o a otro. Que algún goce de O o que O pueda ser perdido en provecho de otro. El espectáculo fundamental de los celos es la unión entre el objeto y el rival, por tanto el observador queda excluido. El observador de los celos será un “espectador” cuyas coordenadas espacio-temporales se refieren a las del espectáculo que le es dado, pero que de ninguna manera puede figurar como actor en esa misma escena.
Otelo. ¡Ay, la he perdido! ¡Burlado quedo y mi único
consuelo será odiarla! ¡Oh maldición eterna del lazo conyugal;
llamarse dueño de un ser tan tierno y no de sus pasiones!
Mejor quisiera ser hediondo sapo y el aire respirar de un
calabozo, que reservar en el amado seno breve rincón
para el ajeno goce.
Otelo es entonces controlado por sus celos, se incrustan en él para no dejarlo, lo flagelan y cualquier situación descrita por Yago le parece verdadera, el afecto una vez depositado en Casio se convierte en una aplastante inseguridad. El rostro del amor comienza a desfigurarse y un penetrante odio se refleja en su mirada. Se presiente la desgracia.




[1] GREIMAS, Algirdas, FONTANILLE, Jacques. Semiótica de las pasiones. Siglo XXI Editores. P. 159
[2] SHAKESPEARE, William. Otelo: el moro de Venecia. Editorial Tomo. P. 346
[3] Ibídem P. 327

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