Semiótica
de los celos en Otelo: el moro de Venecia
Universidad
Autónoma de Zacatecas
Alonso
Enríquez Pérez
Greimas
y Fontanille explican que “el primer objetivo de un estudio consagrado a los
celos era el de disponer […] de una pasión intersubjetiva que contuviera, por
lo menos, tres actores: el celoso, el objeto y el rival.”[1] El
objeto de análisis en cuestión serán Otelo, Desdémona y Casio. Los celos
funcionan como un sufrimiento o un temor desde la perspectiva del celoso.
Esto, partiendo de La primera
configuración genérica: la rivalidad.
Yago. –Señor,
¡cuidado con los celos!
El
monstruo de ojos verdes que se burla
del alma en que se ceba.
Es venturoso
el engañado que su oprobio sabe,
el engañado que su oprobio sabe,
y odia a la engañadora,
pero, en cambio
¡qué ratos tan amargos
pasa el pobre
que adora y duda, que recela y quiere![2]
que adora y duda, que recela y quiere![2]
Si
la unión del rival con el objeto de deseo es imaginada pero no confirmada, la
relación de rivalidad –S1/S2– pasa a primer plano y suscita el temor,
evitando cualquier contacto entre él y el objeto. En cambio, si el suceso es
confirmado la relación de apego pasa
a primer plano –S1/O,S3–, y volviéndose hacia el objeto y preguntándose a quién
ama verdaderamente.
Las palabras de Yago funcionan como
un instrumento de tortura, no pretende ser fulminante. Tenemos ante nosotros a
un ruin espectador, una especie de voyerista cuya intención no es sólo destruir
a Otelo, sino provocar y presenciar su agonía, “turbar su quietud y su reposo
hasta volverlo loco”[3].
Asemejándose a los poetas griegos, construye su propia tragedia y manipula a
los personajes a su antojo; tal es su conocimiento de las pasiones que
transforma a Otelo en un monstruo celoso basándose únicamente en retóricas
falacias.
YAGO. -¡Ay! eso no me agrada.
OTELO. -¿Qué murmuras?
YAGO. –Nada señor; o si… No sé qué dije.
OTELO. –Pues ¿no era Casio el que dejó a
mi esposa?
Los celos se ubican en la configuración
del apego y la rivalidad, que corresponden respectivamente a la relación entre
el celoso y su objeto –S1Otelo/ODesdémona,S3Casio– y la relación entre el celoso y su rival –S1Otelo/S2Casio–. Dentro de las definiciones de celos se hace presente un
“antisujeto” que amenaza con hacer estragos (o que ya los ha hecho). En el caso
de la tragedia de Otelo todo se mantiene en su imaginación, pues es Yago quien
se encarga de pintar esos ficticios escenarios en su mente. Sin embargo, es a
tal grado que para él (Otelo) ya han sucedido, están sucediendo y seguirán
sucediendo (hasta el desenlace). Yago funciona a suerte de conciencia de Otelo,
como una voz bribona que le conduce hasta la más extrema locura, volviéndolo
incapaz de ver con claridad, aconsejándole que cometa las más atroces acciones:
Yago.
¡Oh pérfida mujer!
Otelo.
¡Y con mi teniente! [Casio]
Yago.
Peor todavía
Otelo.
Procúrame un veneno, Yago. No le pediré explicaciones por temor a que me desarme
con su bella y sus hechizos.
Yago.
No la envenenes. Estrangúlala en su lecho, en ese mismo lecho que ha
mancillado.
Rivalidad
y Emulación
La
“rivalidad” sería, según el diccionario de Petit
Robert, la “situación de dos personas o más que se disputan algo”, un
antagonismo en que se compite por el mismo objetivo. En este caso, el objeto
termina siendo una especie de lugar vacío, cuya única función es la interacción
entre los rivales. La “emulación” aporta a la rivalidad una nueva
especificación, se focaliza en la comparación entre S1 y S2. Definida como un
sentimiento que “lleva a…” es la primera figura que accede al rango de pasión.
Del
recelo a los celos
El
“recelo” es un “sentimiento de desconfianza”, un “temor a ser eclipsado,
hundido en la penumbra por alguien”. Sobre la emulación, al parecer, el recelo
invierte la estructura: en lugar de rebasar o eclipsar a otro, el sujeto teme
lo contrario.
[…] Acallarán sus quejas los
servicios/ que he prestado al Senado. A nadie dije/ (y lo de he promulgar en
cuanto sepa/ que sea honrosa la alabanza propia)/ que derivo mi ser y mi existencia de hombres de regia estirpe; mi
destino/ es acreedor a una tan alta suerte/ como ésta que hoy alcanzo. Créeme,
Yago,/ si a la gentil Desdémona no amara,/ mi libre condición independiente/
por esta sujeción no trocaría/ por todo el oro que la mar esconde.
Detrás de ese discurso se esconde
cierto grado de inseguridad, pues como dice Yago al principio, [Otelo] prefirió
elegir a un “valiente aritmético, mozo mujeriego y adamado” como general, que
también le facilitó cortejar a su amada. Puede pensarse como una elección
inteligente que le ayudaría a prevenir futuros problemas, pues Casio goza de
prestigio en Venecia, un hombre de sociedad como él facilitaría ser bien visto
ante las miradas inquisitivas de los demás. Sin embargo, la estima que se le
tenía termina transformándose en dudas e inseguridades, en una especie de odio.
El
celoso en el espectáculo
El
celoso sufre “por ver gozar” o “teme perder”; en un caso S2 es focalizado, en
el otro es O,S3; pero la particularidad radica en apuntar siempre hacia la
relación S2/O,S3 poniendo en un primer plano a un actante o a otro. Que algún
goce de O o que O pueda ser perdido en provecho de otro. El espectáculo
fundamental de los celos es la unión entre el objeto y el rival, por tanto el
observador queda excluido. El observador de los celos será un “espectador”
cuyas coordenadas espacio-temporales se refieren a las del espectáculo que le
es dado, pero que de ninguna manera puede figurar como actor en esa misma
escena.
Otelo.
¡Ay, la he perdido! ¡Burlado quedo y mi único
consuelo será odiarla! ¡Oh maldición eterna del lazo conyugal;
llamarse dueño de un ser tan tierno y no de sus pasiones!
consuelo será odiarla! ¡Oh maldición eterna del lazo conyugal;
llamarse dueño de un ser tan tierno y no de sus pasiones!
Mejor quisiera ser
hediondo sapo y el aire respirar de un
calabozo, que reservar en el amado seno breve rincón
para el ajeno goce.
calabozo, que reservar en el amado seno breve rincón
para el ajeno goce.
Otelo es entonces controlado por sus celos, se incrustan en
él para no dejarlo, lo flagelan y cualquier situación descrita por Yago le
parece verdadera, el afecto una vez depositado en Casio se convierte en una
aplastante inseguridad. El
rostro del amor comienza a desfigurarse y un penetrante odio se refleja en su
mirada. Se presiente la desgracia.
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