De mitos urbanos y arañas. Un acercamiento a
la semiótica del mito.
Ana Valeria Badillo Reyes
El
interés por el mito acompaña, como una sombra, a la sociedad.
George
Scherer.
Las
sociedades antiguas como modernas, tienen la necesidad de la creación de mitos
y mitologías. Ya sea por esa abundante fantasía que se encuentra en la mente
del hombre o como un regulador tanto político como social y religioso. Los
ingredientes para que usted crea un mito son sencillos; el rumor, la creación
de un tótem o un héroe, entornos, fantasías y realidades, todo se confabula de
una manera especial para generar aquellas mitologías tan completas de la que
ahora nos maravillamos pero vemos como relatos lejanos.
Todo
mito tiene un origen, ya fuera que su surgimiento sea de un suceso de lo más
simple, hasta la tergiversación total de una historia inexistente, la llegada
de un ente diferente, extraño o nuevo a una sociedad que es totalmente ajena a
tal y que intenta integrarlo para luego volverse parte de la misma. Dru
Dougherty usa una definición de Roland Barthes para conceptualizar como es que
el mito con su carga ideológica e histórica es integrado a la sociedad y como
su papel cambia al encontrarse dentro de tal.
“Barthes
propone que el mito es otro recurso más por el que los guardianes de la cultura
imponen un concepto de ésta en la actualidad. La virtud de su hipótesis es
hacer resaltar el punto dinámico en que mito e historia coinciden, o sea, el
momento de mitificación cuando un signo lleno de significado aportado por su
pasado, se convierte en pura forma a la que el presente se encarga de dar una
nueva significación”[1].
No
cualquier signo puede volverse un mito pues si este es incluso rechazado por
los guardines culturales, su significado será tan poco relevante que no será ni
siquiera digno de cambios.
Y
teniendo un tanto más en claro lo que concierne a la definición de mito, es posible
adentrarse en el que se analizará en este ensayo, un mito regional o nacional
que toda persona ha escuchado alguna vez en su vida. Este mito se encuentra
formado por puntuales características que son también objeto relevante de
observación, en los que la base sería;
La
historia original, la leyenda urbana que
sería la semilla del mito, mayormente difundida de manera oral, tradición que no había cambiado hasta el inicio de la
escritura donde comenzó a tener más problemas por la gran diferencia de
versiones. “El mito siempre era narración verbal y estaba vinculado a culturas
que carecían de escritura. Con la transición hacia su plasmación en textos, se
falsificaba su misma esencia”.[2]
La historia base que se estudiará aquí
es una historia difundida de manera oral la mayoría de sus veces y es la de un joven
que murió por la picadura de una araña, la cual se encontraba escondida en sus
rastas, un mito testificable pero distante de la realidad.
Todo
mito tiene su variación de versiones y este no es la excepción. Entre estas
divergencias se encuentra que la muerte fue causada por una araña capulina o
una viuda negra, incluso que ya había un nido dentro de los dreadlocks, así como que su trágica
muerte fue dentro de un baño o incluso que tal baño se encontraba en una peluquería
en la cual estaba para por fin cortarse
el cabello. Todo esto aporta a la mitificación de la historia, el imaginario
colectivo, la oscilación entre realidad y fantasía y la más importante la
interpretación personal de cada persona a la que le llega la historia. “Ahí
donde nosotros embarcamos el mito, él mismo ya es un testimonio de una ruptura,
él mismo ya constituye interpretación, reflexión.”[3]
Y
partiendo de este punto como toda historia, es necesario que se tenga un actor
principal, como lo dice Barthes “salido del teatro de la vida”[4],
un ser social, palpable que la mayoría de los casos, el mito logra trastocar su
vida y se beneficia o perjudica de tal, se vuelve intocable gracias a la sociedad que decide poner una
barrera y tal fantasía no se desmorone ya sea por aporte propio a la
mitificación o desconocimiento de tal. En las mitologías de Barthes se menciona
como es que el actor francés se endiosa sin la necesidad de él hacerlo. “En
Francia, no se es actor si uno no ha sido fotografiado por los estudios
d’Harcour. El actor de d’Harcourt es un dios; nunca hace nada”.[5]
Como
en la historia estudiada el mito recayó en un joven con total ignorancia a la
historia, nunca hizo nada para incrementar el mito, pero su estudio fotográfico
llamado “la sociedad” se encargó de volverlo uno. Muchos de estos estudios
fotográficos tienen más de un actor con el mismo papel, pues La mayoría de las
veces no se puede señalar o nombrar al héroe de manera específica, es un
anónimo flexible que puede adaptarse a cualquier persona con específicas características,
el joven de las rastas era ajeno a toda
preocupación o fama, dándose cuenta que era un mito hasta que su familia se vio
afectada por tal.
Sin
un tótem o “héroe” no podría ser posible la realización del mito y no
precisamente porque el personaje principal realice una hazaña trascendente y
benéfica para la sociedad sino que en alguien o algo debe de recaer la
consecuencia de las accones, sería preciso resaltar que el héroe usualmente
muere, desaparece, reaparece o cambia en el transcurso de la historia. “Afirma
Aristóteles que existe una trama trágica cuando al personaje le suceden una
serie de acontecimientos, peripecias y agniciones, lastimosas o terroríficas,
que culminan en una catástrofe”.[6]
En caso de nuestro ejemplo que más
heroico que morir justo en el momento en que iba a liberarse de tan insalubre y
mal vista imagen. El casi salvarse de su propio cabello es el mito.
El
joven y sus rastas, Einstein y su cerebro, personas que se ven rebasadas por lo
ideológico, que se vuelven mitos que van de la mano con alguna peculiaridad, en
este caso física y que no se puede desligar uno del otro, “En las novelas de
ciencia ficción, los superhéroes tienen algo de cosificado. Einstein también:
comúnmente se lo expresa por su cerebro, órgano antológico, verdadera pieza de
museo”[7].
En el caso de nuestro mito, el joven es cosificado con sus dredloks o rastas,
no se puede pensar una picadura de araña en la cabeza sin algo de maraña de por
medio y que se podría asegurar que así como dos hospitales se disputaron el
cerebro de Einstein existe un mercado que estaría dispuesto a pagar una
considerable suma para adquirir tal curiosidad.
Un
mito entre más antiguo es más valioso, por eso es importante hacer creer que
siempre ha estado ahí, que su aparición no fue preconcebida ni reciente, como
nuestro objeto de estudio que vio la luz alrededor de los 2000´s, una época con más mezcolanza de la juventud
con la cultura Rastafari, pero si
preguntamos por una fecha más exacta sobre la aparición, muchas personas no podrían
responder con certeza, pues se asume en un inconsciente colectivo y se guarda
tal archivo olvidando toda fecha de expedición.
“Se
pueden resumir en el deseo de que la nueva forma adquiera una experiencia de
naturalidad como si hubiera sido así desde siempre. De esta manera, se adjudica
la eternidad a lo que interesa que parezca eterno aunque es, en realidad, una
fabricación de hoy o de un ayer reciente”[8].
La
sociedad es la generadora de todos los mitos de ella surgen, cambian, mutan y
mueren. Ya sea por etapas, generaciones, cambios sociales, usos y costumbres.
Algunos se limitan a una región o ciudad pero por extraordinario que parezca
este mito no se limita a una sola región sino que se adapta conforme se va
cambiando de lugar. “Esta función enfática es igual a la del teatro antiguo, en
el cual la fuerza la lengua y los accesorios (máscaras y conturnos) concurrían
a la explicación exageradamente visible de una necesidad”[9].
Esa necesidad de mantener el equilibrio y el orden en la sociedad, la cual se
resiste a aceptar cualquier ente que llegue a perturbar las buenas costumbres y
la moral establecidas.
Para
estas acechanzas que se encuentran en el mundo, los cuidadores de la sociedad
nos preparan para estar listos ante tales obstáculos de ahí que surja un método
para la maduración social ante el miedo a lo desconocido. ““Operación Astra”;
procedimiento de mistificación que consiste en vacunar al público con una pizca
de mal para poder arrojarlo en seguida, con mayores posibilidades de éxito,
inmunizado, a un Bien Moral”[10].
Todo
agente externo genera una preocupación, opinión y expectativa. De aquí que se podría
deducir que tal mito se genera a partir de la invasión cultural rastafari a una
ciudad totalmente ajena a tal estilo de vida, por naturaleza se crea el
rechazo inmediato y una función de
restringir y erradicar tal influencia, como se mencionaba anteriormente, existe
el miedo en la sociedad racional. “En la discusión actual, el mito se trata
sobre todo desde la perspectiva –que puede verse con toda su incidencia en el
paradigma de miedo y superación (¿racional?) del miedo”[11].
Se crea para evitar que los jóvenes opten por tal modo de vida, por la
resistencia al cambio pero a veces ese mito que solo quiere restringir se
supera a si mismo.
Aquí
entra La desmitificación, el lugar en que el mito pierde el encanto, se ve rebasado
por el mismo y pierde todo efecto místico, el personaje real es superado por su
propia fantasía y cambia de manera completa su sentido. Eco lo definiría de
esta manera “Cuando se habla de <<desmitificación>>, con referencia
a nuestro tiempo, asociando el concepto a una crisis de lo sagrado y a un empobrecimiento
simbólico de aquellas imágenes que toda una tradición iconológica nos había
acostumbrado”[12].
Pero no es total pérdida y desesperanza pues
si existe esa esencia, sólo se tiene que ver de una manera más real, a aquel
ídolo que cuando baja del escenario no deja de ser él, sino que deja atrás los tabús
y los brillos para mostrarse como en realidad es.
“El paso de la “escena a lo “ciudadano”, no
implica que el actor de d’Harcourt abandone el “sueño” por la “realidad”. Es la
contracara: en escena, bien construido, óseo, carnal, de piel espesa bajo el
afeite; en la ciudad, llano, sin aristas, el rostro pulido por la virtud,
aireado por la dulce luz del estudio d’Harcourt”.[13]
Entonces,
el joven de rastas muerto por la picadura si existió, pero no de la manera en
que uno lo cree, es el mismo el de la historia y el de la vida real, la única
diferencia es que en el transcurso de subir al escenario del mito, toma otro
aire, ese aire mítico que le proporciona su escenógrafo “sociedad” que lo
vuelve inalcanzable.
Así
como a lo largo de la existencia de la raza humana seguirá siendo necesario que
existan los mitos y sus actores o héroes, se necesitaran de Aquiles, de
Superman, de niños que les crecen árboles en las orejas por frijoles
incrustados, por apariciones en lugares prohibidos y por qué no de vez en
cuando, de muchachos con picaduras de araña que nos quieran enseñar la
importancia de no tener rastas.
BIBLIOGRAFÍA
BARTHES
Roland, Mitologías, Siglo veintiuno
editores, España, 10° reimpresión 2009.
DOUGHETY
Dru, Mythopoesis: Literatura, totalidad, ideología, Anthropos, España, 1992.
ECO
Humberto, Apocalíticos e integrados,
Editorial Lumen, España, 10° edición, 1990.
JAMME
Christoph, Introducción a la filosofía
del mito en la época moderna y contemporánea, Paidós Studio, España, 1991.
[1] Dru
Dougherty, Mythopoesis: Literatura,
totalidad, ideología., Joan Ramon Resina (Ed.), Anthropos, España, 1992,
pág., 202.
[2] Christoph
Jamme, Introducción a la filosofía del
mito en la época moderna y contemporánea, Paidós Studio, España, 1991,
pág., 15
[3] Ídem.,
pág., 16.
[4] Roland
Barthes, Mitologías, Siglo veintiuno editores, España, 2009, pág., 92.
[5] Ídem.,
pág., 24.
[6] Umberto
Eco, Apocalípticos e integrados, Editorial Lumen, España, 1990, pág., 230.
[7] Op.
Cit., Roland Barthes, pág., 93.
[8] Op.
Cit. Dru Dougherty, pág. 203
[9] Op.
Cit. Roland Barthes, pág., 14.
[10] Ídem.,
pág., 151.
[11]Op.
Cit. Chistoph Jamme, pág., 18
[12]
Op.Cit. Umberto Eco, pág.,231.
[13]
Op.Cit. Roland Barthes, pág., 25.
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